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Capítulo 2: Tarde de lluvia

La lluvia, en un vaivén constante, trazaba caminos inciertos en los cristales de la ventana. Desde su sala, él escuchaba el golpeteo del agua contra los vidrios, un sonido hipnótico que lo envolvía en una atmósfera melancólica y densa. Sabía que ella estaba por salir del trabajo y, preocupado por la tormenta, tomó su celular de la mesa de luz. Pero antes de marcar su número, un pensamiento lo asaltó. La imaginó llegando con el cabello húmedo pegándose a su piel, con la ropa mojada moldeando sus curvas. La idea lo estremeció. Sería un buen plan tener sexo toda la tarde, perderse en la calidez de su cuerpo mientras afuera el mundo se disolvía en la lluvia. El deseo comenzó a despertarse en su interior justo cuando el tono del teléfono sonó por tercera vez.

—¿Hola amor? —respondió ella.

—¿Cómo estás? —preguntó él con voz profunda—. ¿Ya saliste? . Voy a buscarte para que no te mojes.

Hubo un breve silencio antes de su respuesta.

— ¡No! No hace falta, ya pedí un remis. En unos minutos llego-

—Te espero entonces, beso -

Culminó la llamada y fijó la vista en la ventana, observando cómo las gotas se deslizaban lentamente por el vidrio. Afuera, la tormenta seguía rugiendo. Adentro, el fuego apenas comenzaba a encenderse. Se sentó en la mesa del comedor, justo frente a la puerta de entrada. Llevaba una remera blanca ligeramente ajustada a su torso, un short negro y los anteojos apoyados en el puente de la nariz. En la pantalla de su laptop, navegaba entre imágenes y descripciones de distintas posiciones sexuales, dejando que su imaginación hiciera el resto. De vez en cuando, levantaba la vista hacia la cámara de seguridad que apuntaba al hall del edificio. El monitor mostraba la imagen en blanco y negro de la entrada, donde la lluvia seguía azotando con fuerza. Entonces la vió: una figura descendía lentamente las escaleras, envuelta en un piloto amarillo con la capucha puesta, parcialmente cubierta por un paraguas. ¿Era ella?. La postura, el tamaño, la forma en que movía las manos. Todo le resultaba familiar, pero la lluvia distorsionaba los detalles. El deseo que ya latía en su interior se mezcló con la impaciencia. Si realmente fuera ella, en cuestión de segundos estaría cruzando la puerta. Finalmente se abrió y allí estaba Clara.

—¡Clara! No sabía si eras vos —dijo él, recorriéndola con la mirada—. ¿Ese piloto es nuevo?

—Sí —respondió ella con una sonrisa juguetona, sacudiendo algunas gotas del paraguas antes de cerrarlo.

Su cabello húmedo caía en mechones sueltos sobre sus hombros, y el agua resbalaba por su cuello, desapareciendo bajo la abertura del piloto.

—Estás empapada —comentó él, intentando sonar casual, aunque su voz salió algo más áspera de lo que pretendía.

Clara lo miró con una chispa traviesa en los ojos y, con una media sonrisa, replicó:

—No solo empapada… también mojada

Él frunció el ceño por un instante, sin entender del todo.

—¿Cómo? —retrucó, buscando en su rostro alguna pista.

Ella dejó el paraguas apoyado contra la pared, desabrochó con lentitud los botones del piloto y lo deslizó por sus hombros. La tela cayó al suelo en un susurro húmedo, revelando lo que llevaba debajo: su cuerpo totalmente desnudo. Clara dio un paso adelante, descalzandose con sutileza, mientras él seguía cada uno de sus movimientos como un depredador al acecho.

—¿Ahora entendés? —susurró ella, lamiéndose el labio inferior con descaro.

Él sintió el calor trepar por el cuerpo, la excitación encendiéndose con la intensidad de un incendio incontrolable. Se quitó los anteojos y se levantó de la silla sin apartar los ojos de ella.

—Vení acá —ordenó con voz grave

Él apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió la firme presión de su mano en su hombro izquierdo.

—No. Sentate —ordenó ella con una voz firme, llena de autoridad.

La sorpresa lo paralizó por un instante, pero su cuerpo obedeció antes de que su mente pudiera procesarlo. Cayó de nuevo en la silla, mirándola con una mezcla de desconcierto y deseo. Clara no perdió tiempo. Se inclinó sobre él, tomándole el rostro con una seguridad que lo desarmó. Sus dedos atraparon su mentón, su pulgar rozó su labio inferior, y con un movimiento lento pero decidido, lo tomó entre el índice y el pulgar, obligándolo a entreabrir la boca. Él sintió su respiración volverse errática, su cuerpo tenso bajo su control. Clara bajó el rostro hasta el suyo y rozó sus labios apenas, dejando que la anticipación hiciera su trabajo antes de besarlo con una mordida ligera en su labio inferior.

—¡Hoy mando yo! —susurró contra su boca, con una sonrisa peligrosa.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No estaba acostumbrado a ceder el control pero en ese momento, lo único que quería era rendirse a ella. Él intentó tocar sus pechos, pero Clara lo detuvo con firmeza, atrapando sus muñecas entre sus manos.

—No —repitió ella, con esa voz grave y seductora que lo estaba volviendo loco.

Él se estremeció. Adoraba los pechos de Clara. A pesar de su figura delgada y su estatura menuda, sus curvas eran generosas, tentadoras, irresistibles. Le fascinaba la forma en que se movían bajo la ropa, la suavidad que tantas veces había saboreado con las manos y la boca. Pero esta vez no.

—Hoy no podés tocar… ni ver —sentenció ella con una sonrisa maliciosa.

—¿Cómo? —preguntó, con la respiración entrecortada.

Clara no respondió de inmediato. En cambio, llevó las manos a su propio cuello y desató lentamente el pañuelo de tela que llevaba puesto. Lo deslizó entre sus dedos, disfrutando de la anticipación reflejada en los ojos de él. Luego, con un movimiento ágil, pasó el pañuelo por detrás de su cabeza y lo sujetó con firmeza sobre sus ojos, ocluyendo por completo. La oscuridad lo envolvió de inmediato. Su respiración se aceleró. Sin vista, sus otros sentidos se intensificaron: el aroma de Clara, esa mezcla sutil de perfume y lluvia; el calor de su cuerpo tan cerca del suyo; el roce de su aliento sobre su piel.

—Ahora sí —susurró ella, inclinándose hasta su oído—. Vamos a jugar a mi manera-

Quiso hablar, pero antes de que pudiera emitir sonido, Clara deslizó un dedo sobre sus labios, ordenando silencio. Y entonces comenzó el verdadero juego. Clara sonrió con picardía mientras sacaba una pequeña caja de la alacena, oculta estratégicamente detrás de algunos frascos. Sus dedos recorrieron el borde antes de abrirla y sacar de su interior un par de esposas metálicas.El sonido del metal al chocar hizo que Bernardo se estremeciera y su imaginación disparándose al instante.

Sin decir palabra, tomó sus muñecas y las llevó hacia atrás con una firmeza que lo dejó sin aliento. El clic de las esposas ajustándose alrededor de sus muñecas fue un flujo de adrenalina directo a su sangre.

—Listo —susurró Clara con una sonrisa triunfal mientras se posicionaba frente a él.

Bernardo sintió el leve roce de su cuerpo antes de que ocurriera. El contacto sutil de sus pechos sobre su boca fue como un tormento delicioso. Un roce fugaz. Apenas suficiente para provocar.

—Mmm… —murmuró él, su voz densa de deseo—. Me encanta…-

Clara sonrió, moviéndose con deliberada lentitud. Se alejaba justo cuando él intentaba buscar más contacto, negándole lo que tanto anhelaba. Sus pechos iban y venían, apenas rozando sus labios, dejando que el calor de su piel se imprimiera en su memoria, pero sin concederle más. Bernardo sin vista, sin manos, dependía únicamente de lo que Clara decidiera darle… o negarle.

—Un poco más… —rogó con voz áspera—. Sabés cuánto me encantan-

Clara inclinó la cabeza, disfrutando de la súplica en su tono.

—¿Más? —susurró, deslizando un dedo por su mandíbula—. No sé si te lo merecés todavía…-

Se mordió el labio, debatiéndose entre prolongar el juego o darle un poco más de lo que quería Y entonces, decidió su próximo movimiento. Clara descendió lentamente, dejando un rastro de pequeños besos y mordiscos sobre el pecho de Bernardo. Sus uñas rasgaban la piel con una presión justa, suficiente para arrancarle escalofríos de placer. Él se removió en la silla, aún con los ojos vendados, sintiendo cada roce, cada caricia, sin poder anticipar cuál sería su próximo movimiento. Cuando llegó a su ombligo, su lengua delineó círculos perezosos sobre la piel tensa. Pero entonces, sin previo aviso, Clara cambió el juego. Tomó sus propios pechos con ambas manos y los juntó alrededor de su erección, atrapándola entre la calidez de su piel suave. Bernardo dejó escapar un gemido gutural al sentir la presión de sus pechos rodeándolo.

—Dios… Clara… —murmuró, echando la cabeza hacia atrás, completamente sometido al placer.

Ella sonrió, disfrutando de su reacción. Comenzó a moverlos lentamente, en un vaivén rítmico, deslizando su piel contra la dureza de él. Cada movimiento era una tortura exquisita, una fricción deliciosa que lo hacía temblar en su asiento. Clara inclinó la cabeza y, sin detener el bamboleo de sus pechos, dejó que su lengua jugueteara con la punta expuesta de su pene. Un roce apenas, húmedo y provocador. Bernardo gruñó.

— me estás matando…-

Clara rió suavemente, aumentando la intensidad de sus movimientos.

—Ese es el punto, ¿no? —susurró con picardía, antes de volver a lamerlo, torturándolo con su boca y su piel al mismo tiempo.

Él se retorció en la silla, deseando tocarla, pero las esposas se lo impedían. Estaba completamente a su merced. Y a Clara le encantaba. Continuó un tiempo más, deslizando sus pechos sobre la piel ardiente de Bernardo, atrapándolo en una prisión de placer entre la suavidad de sus senos. Su ritmo era lento, meticuloso, aumentando la desesperación de él con cada movimiento. Pero de pronto, se detuvo. Se apartó sin previo aviso, dejándolo a la deriva, con la respiración agitada y el cuerpo en un fuego contenido. El silencio se hizo denso en la habitación.

—¿Clara? —su voz sonó ronca, cargada de necesidad—. ¿Dónde estás?

Se escucharon sus pasos alejándose, el leve crujir del suelo bajo su andar decidido. Luego, el sonido de la heladera abriendo y cerrándose. Cuando regresó, Bernardo intentó descifrar lo que tenía entre las manos.

—¿Qué hacés? —preguntó, inquieto.

Clara no respondió de inmediato. Se arrodilló frente a él y, con una lentitud tortuosa, retiró la tapa de aluminio de un pequeño vaso de postre. El sonido del envase al abrirse le provocó un escalofrío de anticipación. Sin previo aviso, Clara tomó su pene con delicadeza y la sumergió en la crema fría.

—¡Ay, qué frío! —exclamó él, estremeciéndose de inmediato

Ella rió suavemente, sosteniéndolo en su mano mientras lo giraba con sutileza dentro de la mezcla helada.

—¿Qué es eso? —logró preguntar Bernardo, con la voz entrecortada

En lugar de responder, Clara se inclinó y pasó la lengua por la punta del pene, retirando un poco del postre. Su lengua cálida contrastó de inmediato con la frialdad de la crema, arrancándole un jadeo involuntario. Luego, subió hasta su boca y lo besó lentamente, dejándole degustar el dulzor.

—¿Te das cuenta? —susurró contra sus labios.

Bernardo tragó saliva, su cuerpo atrapado entre el hielo y el fuego.

—¿Un postrecito de vainilla?

Clara sonrió y, antes de volver a deslizar su lengua sobre él, susurró:

—Sí… ¿Te gusta?

Clara volvió a centrar su atención en el miembro de Bernardo, dejando caer otro poco del postre sobre la punta, esparciéndose con la lengua en movimientos lentos y provocativos. Él se estremeció al sentir la frialdad inicial, seguida del calor húmedo de su boca. Sin previo aviso, rodeó su glande con los labios y comenzó a succionar con una intensidad deliciosa, tan fuerte que sus mejillas se hundieron, creando una presión exquisita. Succionó en movimientos superficiales, concentrándose solo en la punta, jugando con su lengua en círculos lentos, dejando que el contraste de temperaturas lo volviera loco. Bernardo cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, con un jadeo entrecortado.

—Clara… por Dios…-

Pero antes de que pudiera terminar de disfrutarlo, ella cambió el ritmo. De repente, lo tomó más profundo, deslizándose por su boca hasta hacerlo desaparecer en su calidez. Luego, se quedó quieta, con la lengua presionando sutilmente su extensión, disfrutando de su reacción, sintiendo cómo su respiración se agitaba. Después de una pausa breve pero intensa, retrocedió lentamente, dejando un hilo de saliva y postre conectándolos antes de lamerlo con languidez.

—Mmm… —murmuró, mirándolo desde abajo con los ojos encendidos de lujuria—.

Bernardo apenas podía respirar.

—Sos mala… —murmuró, con el cuerpo tenso por el placer contenido.

Clara sonrió con travesura, lamiendo sus propios labios.

—¿Querés que siga… o preferís que lo deje así? — susurró, tentándolo con la punta de su lengua lamiendo el frenillo

Clara siguió succionando, aumentando el ritmo con cada movimiento. Su lengua recorría cada rincón con precisión, envolviéndolo en una calidez abrasadora. Al mismo tiempo, deslizó su mano izquierda entre sus muslos, acariciando su clítoris en círculos lentos y profundos, mientras con la otra mano estimulaba su pezón derecho, pellizcándolo con deleite. La intensidad de la escena la hizo perderse en su propio placer. Sus jadeos se entremezclaban con el sonido húmedo de su boca trabajando sobre él. Por momentos, hasta parecía desesperarse por mantener el ritmo, como si su propio deseo la devorara desde dentro. La respiración de Bernardo se volvió errática, sus músculos tensarse con cada embestida de su boca. Su abdomen se contraía por el esfuerzo de contenerse, pero la presión era insoportable.

—Clara… Clara… —susurró con la voz entrecortada

—. Clara, voy a acabar…-

Las palabras parecieron encender aún más a Clara. En lugar de detenerse, aumentó la velocidad, succionando con más intensidad, atrapándolo en un vaivén ardiente

—Clara… voy a acabar, amor… —repitió, su voz ahora más alta, más urgente.

Pero ella no se detuvo.

Sus ojos brillaban con picardía, y con la boca ocupada solo emitió un suave y gutural mmm, indicando que había comprendido. El placer era un torbellino. Bernardo tiró la cabeza hacia atrás, sus caderas intentaron moverse instintivamente, pero las esposas lo mantenían sujeto.

—Clara… amor, voy a acabar… —advirtió una vez más, con el último hilo de control que le quedaba.

Y entonces, ella se detuvo.

Lo miró fijo, sus labios húmedos entreabiertos, sus mejillas sonrojadas por la excitación. Sin dejar de masturbarlo con su mano, inclinó la cabeza y con voz ronca y demandante le ordenó:

—Acabá. Dale.-

Dicho esto, se aferró de nuevo a su erección, succionando con una entrega feroz.

Bernardo no pudo más. Su cuerpo entero se arqueó, su espalda se tensó mientras un gemido grave y elevado escapaba de sus labios.

—Clara… Clara… ¡Ahhh! ¡Ahhh!

Se estremeció con fuerza mientras se derramaba en su boca y su cuerpo agitándose en espasmos de puro placer. Clara no se apartó, no frenó ni un segundo. Se quedó ahí, tomándolo todo, bebiendo cada estremecimiento hasta que finalmente él quedó exhausto, su pecho subiendo y bajando en un jadeo incontrolable.

Cuando terminó, ella se apartó lentamente, relamiéndose los labios con una sonrisa satisfecha.

—Mmm… —susurró, limpiándose la comisura con la yema de los dedos antes de llevarlos a su boca.

Bernardo, aún aturdido por la intensidad del orgasmo, la miró con una mezcla de asombro y deseo renovado.

—Sos increíble…-

Clara se incorporó lentamente, con sus movimientos aún impregnados de la lujuria del momento. Se inclinó sobre Bernardo y atrapó sus labios en un beso profundo, cargado de todo el deseo que aún vibraba entre ellos. Su lengua rozó la suya con lentitud provocadora, saboreándolo. Luego, con un gesto pausado y deliberado, deslizó sus dedos por su rostro y tomó el pañuelo que le cubría los ojos.

—Creo que ya es hora de que me mires… —susurró mientras tiraba suavemente del nudo y lo liberaba de la oscuridad.

Bernardo parpadeó varias veces, su mirada tardó en enfocarse, pero cuando lo hizo, se encontró con los ojos encendidos de Clara. Su boca aún relucía con los rastros de lo que acababan de compartir.

—Dios… sos hermosa… —susurró, todavía jadeante.

—Me toca a mí —susurró, mientras se acercaba de nuevo, subiendo a horcajadas sobre él.

Sin apartar su mirada de la suya, llevó una mano entre sus piernas y comenzó a acariciarse lentamente, deslizando sus dedos con movimientos calculados, tortuosos, deleitándose con la tensión que crecía en su propio cuerpo.

—Miráme… —dijo, con un tono grave y mandón.

Bernardo la obedeció de inmediato, embelesado por el espectáculo.

Ella jadeó, inclinándose apenas hacia adelante, apoyando una mano en su hombro mientras la otra continuaba su danza entre la humedad de su sexo.

—Miráme… —insistió, tomando su cuello con firmeza, apretando apenas, buscando dominarlo incluso en ese instante.

Su respiración se volvió irregular, su cuerpo comenzó a temblar, y entonces, con un grito que rompió el silencio de la habitación, Clara se dejó llevar, arqueándose sobre él, dejando que el placer la atravesara con una intensidad feroz. El comedor entero pareció impregnarse del eco de su orgasmo, del aroma del deseo, de la electricidad aún vibrando entre ambos. Bernardo la observó, fascinado, sintiendo cómo el deseo volvía a recorrerle la piel, renaciendo con cada jadeo de Clara. Cuando Clara alcanzó el clímax, quedó inmóvil por unos segundos, con la respiración agitada y el cuerpo aún tembloroso. Luego, con una sonrisa satisfecha, se acomodó sobre él, rodeando sus hombros con los brazos y mirándolo con una mezcla de dulzura y picardía.

—Me encantó… —murmuró, rozando su nariz con la de él.

Bernardo sonrió, todavía recuperándose, y acarició suavemente su espalda.

—Sí… —asintió—. Pero tengo que decir que lo del postre me sorprendió. ¿Cómo se te ocurrió?

Clara inclinó la cabeza y mordió su labio inferior antes de susurrar con diversión:

—Lo encontré en Deseósfera…

—¿dónde? —repitió, arqueando una ceja.

Clara solo sonrió y deslizó un dedo por su pecho.

—Mmm… digamos que es un lugar lleno de inspiración…