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Capítulo 4 - Último autobús -

Ellos estaban juntos, en el sillón, con sus cuerpos tan cerca que la tensión eléctrica se sentía palpable. Se besaban lentamente. La mano de él recorría con suavidad la espalda de ella, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de su remera blanca. No llevaba sostén y algo se dejaba traslucir. Sus labios se separaron una instante, apenas un suspiro, pero suficiente para que él pudiera preguntarle:

—¿Qué hora es?

Ella revisó su reloj con una leve mueca de sorpresa. La tarde se había escapado sin que lo notaran.

—Las 18.00 horas — respondió frustrada

—Uy, es tardísimo... —dijo él, preocupado, alejándose un poco de ella. —Tengo que prepararme, sino no llego al último autobús -

Ella lo miró con una mezcla de frustración y deseo no correspondido.

—¿A qué hora sale? —preguntó ella, intentando mantener la calma.

—A las 22:00 horas y llegaré a la ciudad después de las 01:00 horas

Un suspiro pesado salió de sus labios. Ella no quería que se fuera, pero entendía que él tenía sus responsabilidades.

—Quédate —suplicó ella, tomándolo de las manos.

Él la miró. Sus ojos reflejaban un conflicto interno. Sabía que debería irse, pero algo en su interior pero decía que había algo más en ese instante, algo que no podían dejar escapar.

—No puedo faltar —respondió, su voz teñida de duda—. Mañana tengo que cursar en la refinería y me quedan muy pocas faltas.

Ella, con una sonrisa triste, lo miró intensamente, casi como si quisiera convencerlo de que no fuera.

—Ya faltaré el miércoles próximo por la pasantía - dijo él, dándose cuenta de que ella lo quería más de lo que él imaginaba.

De nuevo, ella lo miró con ojos brillantes, rogándole en silencio.

—Quédate —dijo ella, esta vez sin dudar.

Él la miró ahora fijamente, sabiendo que cada minuto que pasaba con ella valía más que cualquier obligación. Pero al final, la realidad se imponía.

—¿Me prestas el baño? —preguntó, tratando de suavizar el momento. —Me doy una ducha rápida. Ella asintió sin palabras.

—¿Me acompañas a la terminal? —preguntó él, mientras sus ojos no dejaban de mirarla con una mezcla de cariño y deseo.

—Sí, claro — respondió

Él tomó su bolso, un gesto casi automático, como si el tiempo y las circunstancias se hubieran vuelto una rutina. Se dirigió hacia el baño con el sonido de los pasos resonando suavemente por la casa tranquila.
La puerta se cerró detrás de él con un leve chasquido, dejándola sola en el sillón, perdida en sus pensamientos. La relación llevaba algunos meses pero algo siempre parecía interponerse entre ellos sin lograr haber tenido sexo, un freno invisible que aún no los había llevado a cruzar esa línea, esa barrera física que ambos deseaban, pero no se concretaba. Mientras él se duchaba, ella, con una mezcla de expectación y nerviosismo, se acomodó en el sillón, apagó la luz suave de la lámpara y encendió la televisión. Sin embargo, su mente no estaba en la pantalla. Las imágenes eran solo ruido de fondo mientras su cuerpo se llenaba de pensamientos inquietos. La anticipación crecía con cada segundo que pasaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la puerta del baño se abrió. Él salió con el cabello aún húmedo, secándose con la toalla, y al instante sus ojos se encontraron con una escena que jamás hubiera imaginado. Ella acostada en la cama, boca abajo, con el pantalón de jogging y la ropa interior baja dejando a la vista sus glúteos . Su piel desnuda parecía arder bajo la tenue luz de la habitación. Él sintió cómo el aire se volvía denso, pesado, cargado de deseo. Su garganta se secó, su pulso se aceleró de inmediato. Nunca la había visto así. Siempre su trasero le resultaba muy sexy. Ella, tan pulcra y que hasta ahora había esquivado cada avance con una mezcla de ternura y picardía, ahora se exhibía ante él con una seguridad que lo dejó sin palabras.

—No imaginaba encontrarte así —murmuró él, su voz era apenas un hilo de sonido, atrapado entre el asombro y la excitación.

Ella giró ligeramente el rostro, con una sonrisa sutil, casi traviesa. Sus ojos ardían con una intensidad distinta, como si se hubiera liberado de cualquier duda.

—A veces, las cosas simplemente deben suceder —susurró ella con su voz impregnada de deseo.

Él no necesitó más invitación. Su bolso cayó al suelo, olvidado. Se acercó lentamente, sin apartar la mirada de aquel cuerpo que lo llamaba, que le rogaba con cada detalle expuesto. Sus dedos recorrieron su espalda con suavidad, sintiendo el leve temblor que recorría la piel de ella. La anticipación se volvía insoportable, como una cuerda tensada al máximo, a punto de romperse.

— Si te quedas, es todo tuyo — dijo ella.

Él sintió un fuego recorrer su cuerpo al escucharla. Su voz, desafiante y cargada de deseo, lo dejó sin aire. La forma en que movía las caderas, de un punto a otro, era una provocación directa, un desafío que no estaba dispuesto a ignorar. Su respiración se volvió más pesada cuando su rostro quedó a centímetros de la piel desnuda. Cerró los ojos por un instante y aspiró su aroma, embriagándose de ella. Luego, con una lentitud casi tortuosa, comenzó a besarla, dejando que sus labios se deslizaran suavemente por su piel ardiente. Su lengua rozó la calidez de su cuerpo en pequeños gestos húmedos, explorando con devoción.Sus manos firmes lo tomaron con delicadeza pero amasándolo. Frotó con su rostro, su barba incipiente rozando la piel sensible, arrancándole un suspiro entrecortado. Cada beso era seguido de una lamida lenta, precisa, dejando un rastro de placer en su camino. De vez en cuando, sus dientes atraparon suavemente su piel, alternando pequeños mordiscos con nuevas caricias, provocando que su respiración se agitara aún más. Ella gimió bajito, arqueando la espalda, entregándose a cada sensación, mientras él continuaba adorándola, saboreando, como si no hubiera un mañana. Él intentó bajarse el short con rapidez, pero su erección dificultó la tarea. Maldijo por lo bajo, impaciente. Finalmente, con algo de esfuerzo, logró deshacerse de la prenda y quedó completamente desnudo ante ella. Su mano izquierda descendió instintivamente hacia su miembro, envolviéndolo en un agarre firme. Realizó una corta masturbación, apenas unos movimientos pausados, disfrutando de la sensación, mientras la excitación lo hacía humedecerse aún más. Ella, arrodillada sobre la cama, giró apenas el rostro para mirarlo por encima del hombro, con una sonrisa cargada de deseo. Él inhaló profundamente, con el pecho subiendo y bajando por la respiración agitada, y en ese instante no quedó espacio para dudas, para la razón, para nada más que el deseo palpitante entre ambos.

—Me quedo —expresó finalmente él, con una determinación que no admitía vuelta atrás.

Ella sonrió, mordiéndose el labio con picardía, y arqueó aún más la espalda, ofreciéndose por completo mientras sus manos separaban los glúteos y exponiendo aún más sus genitales.

— metelo, despacio —susurró rogando.

Y él no perdió más tiempo.