Ella había decidido regresar a la ciudad para las fiestas de fin de año, pero no se lo había dicho.
Quería sorprenderlo. Justo cuando estaba a punto de buscarlo, su teléfono vibró: era él. Sin saberlo,
había escrito para preguntarle cuándo volvería. Sonrió para sí, disfrutando el juego. El mensaje
decía:
-¿Si al leerlo te reís es porque me extrañas?, ¿cómo estás?-
Ella sonrió al leerlo. Él sabía que siempre lo extrañaba y era una provocación reiterada. Con dedos
ágiles le respondió:
-Estoy muy seria entonces. ¡Bien! Acabo de llegar - . Respondió ella.
Él no tardó en contestar.
- ¿A dónde? - exclamó él
-Estoy en la casa de mi madre-
Hubo una breve pausa antes de que él escribiera de nuevo.
-Entonces estás acá. No me dijiste nada, ¿por qué no avisaste?-
Ella sonrió, imaginándolo con esa mezcla de sorpresa y reproche en la voz
-Quería darte la sorpresa-
-Estaré aquí toda la tarde. me encantaría pasar a verte- propuso él.
- Si, bárbaro, entonces te espero - contestó ella. - Te paso la ubicación-
Joaquin se preparó para el encuentro con Alejandra. Vestía algo sencillo, formal, con un exquisito
perfume que eligió preferentemente para la ocasión. En camino, se detuvo en una chocolatería. Sabía que
el chocolate era para Alejandra una perdición y la de él, estar a su lado. Desde allí programó el GPS
para llegar ya que si bien no sabía la dirección, al barrio que iba le parecía difícil de acceder. Luego
de un rato, el celular de Alejandra volvió a sonar. Era un mensaje de Joaquin:
-ya estoy aquí-
Ella corrió a la puerta mientras se arreglaba un poco la ropa. Estaba con un vestido blanco con vivos
verdes y unas sandalias abiertas, de tiras, de color marrón. Finalmente abrió la puerta. Del otro lado
estaba él, con sus pulsaciones a mil respirando profundamente.
- Ey! ¿ cómo estás? -gritó ella.
- ¡Bien! Y se fundieron en un abrazo que duró unos segundos pero que ninguno se atrevía a cortar.
Fijamente se miraron a los ojos y entró al jardín de la casa.
- Que linda casa - Dijo él. - Qué hermoso parque-
- Gracias- Respondió ella. - ¿cómo estás? ¿te ubicaste bien?
- Si no fuera por el GPS todavía estoy buscando la calle- . Bromeó él. - Esto es para vos - Y le entregó
una pequeña caja dorada con un moño rojo.
-¿Para mí?, ¿qué es? ¿lo abro ahora? -
- Sorpresa - Contestó él
Intrigada tomó el regalo y mientras lo dejaba apoyado en una de las sillas del juego de mesa
preguntó:
- Me lo dejo para más tarde entonces. Tomamos unos mates acá fuera ¿te parece? ¿dale? -
- ¡Perfecto!
- Traigo una manta y nos sentamos en el suelo - Y se encaminó hacia el interior de la vivienda.
Joaquin se sentó mirando todo a su alrededor. El pasto perfectamente cortado con el sol iluminando la
mitad del jardín mientras que en la otra, dónde estarían ellos, la sombra provocaba un leve descenso de
la temperatura, pero soportable. Una hamaca paraguaya cruzaba de pilar a pilar de la casa por delante de
un amplio ventanal por el que se veía el comedor. Alejandra estiró la manta floreada de colores vivos y
aportó un pequeño almohadón rojo.
- ¿Vos sabés una cosa? - preguntó Joaquin mirando de reojo. Sonrió apenas, como si estuviera a punto de
confesar un secreto.
- No - Dijo ella girando la cabeza para mirarlo, curiosa.
- Cuando era adolescente en la contratapa de una revista de fútbol de ese entonces, había una
publicidad, que no puedo recordar de que era, que mostraba a un hombre en una bañera mirando a una
mujer,de la que sólo se veía parte de la piernas y los pies, con unas sandalias apoyadas sobre el borde de la
misma, que me resultaron en ese momento sumamente sensuales-
Alejandra lo miró con sorpresa, sin entender del todo a dónde iba con esa historia.
-¿Y? -Alejandra soltó una risa suave, divertida.
- Ví tus pies en el trabajo y me hicieron recordar esa imagen -
Joaquín sostuvo su mirada, más serio ahora.
-¿En serio me decís?", ay no! para mi son horribles - mientras trataba de taparlos con una porción de la
manta
- Mi boca no dice lo mismo- Él asintió sin titubear.
Su voz se volvió más baja, más profunda. Se acercó lentamente, su mano derecha recorrió con suavidad la
mitad del rostro de ella, deslizándose por su mejilla. Y entonces la besó. Fue un beso pausado,
exploratorio, pero cargado de una electricidad contenida por demasiado tiempo. Los labios de ambos se
reconocieron, se probaron, se encontraron en un vaivén que iba cobrando intensidad. El mate quedó
olvidado a un costado. Lo único que importaba ahora era el deseo creciente entre ellos. Alejandra
suspiró contra sus labios cuando sintió la mano de Joaquín deslizarse por su mejilla, bajando por su
cuello hasta rozar apenas la piel desnuda de su clavícula.
La cercanía, el calor de sus cuerpos en la tibia sombra del jardín, el roce sutil de su aliento, todo se
convirtió en un despliegue de deseo contenido que iba despertándose con cada contacto. Joaquín deslizó
los dedos por su brazo hasta encontrar su cintura, atrayéndola más hacia él. Alejandra apoyó las manos
en su pecho, sintiendo los latidos acelerados bajo la tela de su camisa. No tardó en desabrochar el
primer botón, buscando más piel. Él dejó escapar una sonrisa contra su boca, pero no la detuvo. En
cambio, recorrió la línea de su espalda hasta detenerse en el borde del vestido, donde la tela comenzaba
a ceder al tacto de sus dedos. Alejandra, sin dejar de besarlo, se acomodó sobre él, quedando sobre su
regazo. Sus piernas a los costados de su cuerpo, sus caderas rozándose con una fricción tentadora. El
sol se filtraba entre las hojas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre sus cuerpos.
Alejandra sintió un escalofrío cuando la mano de Joaquín subió por su muslo, lenta, hasta encontrarse
con la tela de su ropa interior. Ella se arqueó ligeramente, dejándolo explorar, sintiendo cómo cada
roce la encendía más. La prenda cayó con un movimiento hábil, y el vestido pronto corrió la misma
suerte. Joaquín la contempló unos segundos, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel
iluminada por la luz tenue.
-Sos hermosa - susurró antes de besarla de nuevo, esta vez con más hambre.
Ella comenzó a desvestirlo con la misma ansiedad contenida. La camisa quedó abierta, sus dedos
exploraron su torso, su abdomen firme. Cuando sus manos bajaron hasta el cinturón, él inhaló hondo,
expectante. Pronto, la silla con el regalo encima fueron los únicos testigos de dos cuerpos entregándose
al deseo bajo el cielo de la tarde. Joaquín deslizó las manos por sus piernas con lentitud, disfrutando
la suavidad de su piel mientras las mantenía firmes contra sus hombros. Su erección, atrapada entre los
pliegues cálidos de su cuerpo, se deslizaba en un roce tentador por el surco vaginal con cada movimiento
de su cadera. Besó primero el empeine, luego la curvatura de sus dedos, dejando que su lengua
recorriera con devoción cada centímetro de los pies que tanto había deseado. El cuerpo de Alejandra
reaccionaba a cada caricia, a cada roce deliberado. Joaquín notó cómo ella se llevaba las manos al
cabello, enredando los dedos entre los mechones oscuros, para luego deslizar las palmas por sus propios
pechos. Sus pezones endurecidos eran prueba del deseo que se encendía en su piel. Él la observó,
fascinado, mientras ella comenzaba a estimularse, atrapada en la sensación de su roce y el calor de sus
besos.
-Me encantan, ¿lo ves? -murmuró contra su piel antes de volver a besarla.
Alejandra solo pudo asentir, con los labios entreabiertos y la respiración entrecortada. Él intensificó
el movimiento.
La fricción aumentaba, el calor se acumulaba entre ellos, y la expectativa de lo que vendría los hacía
temblar de anticipación. Las caricias de Alejandra se volvían más desesperadas, su cuerpo se retorcía
suavemente bajo él. Sus suspiros se convirtieron en jadeos, hasta que sus miradas se encontraron y en
sus ojos quedó claro lo que ambos querían. Ella no pudo resistirse. Bajó las piernas, abriéndose
lentamente, invitándolo a acercarse más. Se inclinó hacia él, su respiración entrecortada, y lo tomó del
pene con suavidad. Con movimientos circulares, lo guió hacia su entrada, rozándose con él en un juego de
provocación que los hizo estremecer a ambos. Joaquín empujó con lentitud, deslizándose dentro de ella
con un movimiento pausado, saboreando cada segundo de la unión. Alejandra cerró los ojos por un momento,
disfrutando la sensación de ser penetrada. Él continuó con un ritmo controlado al principio,
deleitándose con la calidez que lo envolvía, pero el deseo acumulado era imposible de contener. Pronto,
sus movimientos se hicieron más profundos. Cada embestida arrancaba un jadeo de los labios de Alejandra,
sus manos se aferraron a sus muñecas, hundiendo las uñas con placer. Joaquín la sostuvo con fuerza,
marcando el compás con sus caderas, devorando cada reacción que ella le entregaba. El deseo los
consumía, y el mundo a su alrededor dejó de existir. Joaquín se inclinó sobre ella, deslizando los
brazos por debajo de su cintura para levantarla ligeramente. Quería sentirla aún más, hundirse más
profundo en su calidez.Tomó el pequeño almohadón y lo colocó debajo de la pelvis de ella. Alejandra dejó
escapar un gemido entrecortado al notar cómo la nueva posición intensificaba cada embestida. Se aferró a
sus hombros, hundiendo los dedos en su piel, mientras sus cuerpos se movían en un ritmo sincronizado,
creciente, desbordante de placer. Las miradas se encontraron en un instante de pura conexión, sin
palabras, solo respiraciones agitadas y suspiros entrecortados. El placer aumentó, envolviéndolos en un
torbellino que los consumía. Los jadeos de Alejandra se volvieron más desesperados hasta que, con los
ojos entrecerrados y húmedos de emoción, dejó escapar un gemido tembloroso:
- Voy a acabar..-
Joaquín la sostuvo con más fuerza, sintiendo su propio clímax aproximarse al borde del abismo.
-Dale...acabemos juntos- le susurró con voz ronca
Un último movimiento, un espasmo compartido y, finalmente, la liberación. Los cuerpos se tensaron en un
éxtasis simultáneo, sacudidos por las olas del orgasmo, aferrándose el uno al otro mientras el placer
los atravesaba con una intensidad arrebatadora. Después, el silencio solo fue interrumpido por sus
respiraciones entrecortadas y el latido acelerado de sus corazones. Se quedaron así, unidos, hasta que
poco a poco la calma los envolvió de nuevo. Joaquín se incorporó con suavidad y, sin soltarla, la alzó
en brazos con la intención de llevarla a la hamaca.
—Esperá... mi regalo - Se estiró para tomar el paquete que había sido espectador de todo lo ocurrido.
—Cómo me conoces… —murmuró con ternura, sacando el chocolate y deslizándose entre sus dedos.
Lo miró con picardía, partiendo un trozo con los dientes antes de relamerse los labios.
—Me dio hambre -
Joaquín soltó una risa baja, encantado con la escena. Compartieron algunos bocados, disfrutando del
dulce sabor en sus bocas y en sus besos perezosos, hasta que el cansancio los envolvió. Se acurrucaron
en la hamaca, enredados en un abrazo tibio, dejando que el balanceo lento los arrullara hasta quedar
dormidos, piel con piel, aún con el sabor del placer en sus labios.